Carlos Paván Scipione

 

Hoy en día se habla mucho de autonomía universitaria; mucho y desde las más distintas perspectivas. Pues bien, a mí me interesa enfocar el tema desde lo que considero su núcleo teórico fundamental, a saber: la cuestión del conocimiento.

La Universitas Studiorum, creación tardo-medieval, nació como una corporación de profesores y estudiantes dedicada al estudio y la enseñanza. En nuestro lenguaje, la Universidad es una institución dedicada a la investigación, docencia y extensión. Ahora bien, no se necesita un particular esfuerzo intelectual para entender que no hay docencia que tenga algún valor sin una seria y -hasta donde ello sea posible- original investigación y, paralelamente, toda investigación tiene que comunicarse al público mediante la docencia. Parafraseando a un gran filósofo alemán, hoy casi desconocido en nuestros predios, la docencia sin investigación es ciega y la investigación sin la docencia es vacía. En suma, los investigadores primero necesitan formarse y los formadores, si son en verdad lo que dicen ser, necesitan descubrir. Lo dicho me parece tan evidente que no necesita de ulteriores explicaciones: lo que, en cambio, sí necesita atención es el tema del conocimiento y, más allá de toda postura epistemológica, lo que sin duda no se puede negar es que el conocimiento es un fenómeno cuyo desarrollo no se puede prever. Si se considera que uno de los rasgos fundamentales de todo conocimiento que pretenda ser científico es la previsión, lo que acabamos de decir podría resultar paradójico, pero no es así: si en verdad el futuro del conocimiento fuese previsible entonces, obviamente, no habría nuevo conocimiento, es decir, el conocimiento no se ampliaría. Ahora bien, ¿qué consecuencia tiene esto respecto de la autonomía universitaria?

Si el conocimiento no es previsible, entonces ningún proyecto de investigación, aunque parezca alejarse de las tendencias más prometedoras, ni puede ni debe ser cercenado. Obviamente, ello no significa que el proyecto no tenga que someterse a los cánones que imponen la coherencia formal y la seriedad de los contenidos a tratar; lo que sí significa es que nadie puede decidir a priori que un tema o problema no puedan ser investigados, así como nadie, tampoco, puede decidir por los demás cuáles son las cuestiones que merecen ser estudiadas y ello, justamente, porque nadie puede prever el desarrollo posible del conocimiento. Dicho con otras palabras, hay que aceptar con humildad nuestra ignorancia y, por lo tanto, no poner límites a lo que hay o no hay que investigar. A manera de ejemplo, si alguien hubiese impuesto a Galileo, Newton, Einstein o a cualquier otro genial innovador, las pautas del conocimiento propias de la época respectiva, la física, así como nosotros la conocemos, no existiría. Pues bien, en esto estriba, en mi opinión, el núcleo del concepto de autonomía universitaria. La Universidad tiene que impedir a toda costa que ideologías impuestas desde los poderes fácticos externos así como tendencias teóricas internas a la misma Universidad dicten las pautas y los temas que deben investigarse y, si no lo hace, la consecuencia inevitable es la parálisis del conocimiento lo cual es de sobra confirmado por la Historia. Ahora bien: ¿cuál es la razón de ello?

Personalmente, aunque la cuestión sea muy controvertida, me gusta pensar que somos seres libres. Somos seres libres “para” y “de”. En tanto seres libre “para”, depende de nosotros orientar nuestra existencia según lo que consideramos vale la pena conseguir. En tanto seres libres “de” nadie tiene que obligarnos a aceptar sus criterios. El conocimiento en sí mismo es un acto de libertad; es el desafío a lo que se considera obvio; nace y se nutre de la crítica, del diálogo entre distintos puntos de vista; de la tolerancia, del respeto; prospera en un clima democrático y se extingue en un clima autoritario. Al ser el conocimiento un acto de libertad, su desarrollo no puede ser previsto y, por ende, intentar violar la necesaria autonomía del saber es la manifestación de la más brutal ignorancia. Desgraciadamente mala tempora currunt pero son en épocas como la que vivimos en las que se hace absolutamente necesario defender la autonomía universitaria, es decir, la autonomía del conocimiento. Francis Bacon decía que la verdad puede nacer del error pero nunca de la confusión. Pues bien, es preciso saber defender los errores porque, a veces, la verdad nace del error o de lo que, desde cierta perspectiva ideológica, se considera un error. ¿Y, por otra parte, qué es la ideología sino el más asfixiante asylum ingnorantiae en el que se atrincheran los que se creen señores de la verdad absoluta? En suma, defendamos nuestra institución recordando siempre lo que es y debe ser: asylum scientiae.

 

Carlos Paván Scipione

Profesor Titular jubilado (U.C.V)

Doctor en Filosofía.