Francisco José Virtuoso hace varias pausas durante la entrevista: su teléfono repica de vez en cuando o suena cuando le entran mensajitos de texto.

El sacerdote está pendiente del aparatico ­un Blackberry adquirido hace poco­ y al mismo tiempo es capaz de llevar el hilo de la conversación con verdadero estoicismo. El rector de la Universidad Católica Andrés Bello no es un miembro de la generación iPod: nació en 1959, en La Pastora. Pero tampoco le teme a la tecnología. Ni a los cambios. Ni al futuro. Hijo de siciliano y de trujillana, el jesuita se ha trazado una meta titánica: montar a la UCAB en el riel de la sociedad global. «En nuestras universidades quizás a lo máximo que se ha llegado es a sustituir el pizarrón tradicional y la tiza por pizarras y marcadores acrílicos», dice, sin desdén, pero con la determinación de quien sabe que algo está cambiando en el mundo y que la academia no puede ­no debe­ quedarse en el hombrillo. Virtuoso es, como cabe suponer, dada la orden religiosa a la que pertenece, gran admirador de Ignacio de Loyola.
«Es un santo para los tiempos modernos».

–¿Cómo debería ser la universidad del siglo XXI?

El mundo está cambiando a pasos agigantados. Los retos en materia de profesionalización, de educación, de formación, son muy grandes.
Anteriormente, el profesor tenía el conocimiento y lo impartía de una manera más o menos magistral en el aula de clase. Hoy día, la producción de conocimiento se ha diversificado enormemente. Por eso hablamos de una sociedad del conocimiento. Porque ahora el conocimiento se produce en una empresa, en una organización no gubernamental, en un medio de comunicación.
La profesionalización es una labor cada vez más compleja. El mundo se ha globalizado. Antes, la gente se formaba para ser profesional en su país.

Ahora, por la interrelación que caracteriza al mundo globalizado, se requiere un profesional que se pueda desenvolver en su país, en la región y en el mundo entero. ¿Por qué? Porque así está funcionando la economía en el planeta. Y si la universidad quiere responder a estas nuevas exigencias, tiene que estar dispuesta a ofrecer ese perfil que los jóvenes de hoy demandan.

–¿Están nuestras universidades a la altura de esos nuevos retos?

La discusión en torno a una nueva Ley de Universidades sirvió para que quedara claro que nosotros somos conscientes de que, efectivamente, hay que transformar la universidad, pero se le haría un gran daño si se le pretende transformar desde afuera y por la fuerza. La transformación universitaria, aunque sea lenta, debe venir desde dentro de las mismas universidades. Ya hay ciertos consensos. Nosotros somos muy dados a decir: autoritarismo o democracia; inclusión o exclusión; calidad o masificación. Poner las cosas en fórmulas dicotómicas banaliza la discusión. Por ejemplo: hay que ir a una mayor inclusión manteniendo la exigencia y la calidad académica. No necesariamente la masificación de la educación universitaria va en contra de la calidad académica. Venezuela tiene una larga trayectoria en eso: si algo se logró en estos últimos cincuenta años fue precisamente masificar la educación primaria, secundaria y universitaria sin perder la calidad.

–¿Qué otro elemento?

Hay que fortalecer la democracia interna de las universidades sin perder la gobernabilidad. La universidad no es una especie de República o un Estado en el que se aplican los mismos principios de representación que se pueden aplicar en una República o en un Estado.

Una universidad no es una comunidad política. Es una institución que tiene unos fines muy particulares. La participación y la democracia están en función de esos fines. Mal servicio le haríamos a una universidad si la convertimos en una especie de democracia directa. Eso diluye su fin. Imaginemos que en el Hospital Vargas las decisiones en torno a cómo se van a hacer las operaciones se toman en asambleas en las que participan bedeles, enfermos, médicos, enfermeras. El fin del hospital es que usted llegue enfermo y que lo curen.

Claro que hace falta democracia interna, pero si la democracia interna conspira contra ese fin, pues será muy democrático pero no será hospital. Hay que salirse de la demagogia, del eslogan fácil.

–¿En qué más hay consenso?

El tercer elemento tiene que ver con la diversificación de las fuentes de financiamiento de las universidades. La universidad no puede seguir dependiendo sólo del Estado. Hay ideas y propuestas muy interesantes. ¿Por qué, por ejemplo, un egresado de la universidad, después de que ha recibido una educación de calidad, no puede contribuir con parte de su sueldo a eso que la universidad le brindó? ¿Por qué la universidad no puede ofrecer diversos servicios al país y que esos servicios sean remunerados? ¿Por qué no puede salir a la búsqueda de convenios internacionales o convenios con otras organizaciones nacionales que le permitan también incrementar su presupuesto? Los fondos de una universidad tienen que provenir en parte del Estado y en parte de muchas otras fuentes. El tema tecnológico es otro aspecto clave.

Una universidad que no esté al día en las grandes innovaciones tecnológicas simplemente está fuera de la jugada. Sin universidad no hay desarrollo.

–Usted, precisamente, se ha propuesto un proyecto que ha denominado UCAB 20-20: excelencia y compromiso… 

La mejor manera en que la UCAB puede contribuir al reto universitario del país es siendo ejemplo de transformaciones. La universidad va a cumplir 60 años en 2013. De la UCAB han egresado 60.000 profesionales.

Cuenta con un reconocimiento nacional. Actualmente, su matrícula es de aproximadamente 20.000 estudiantes: 15.000 en pregrado y 5.000 en posgrado.

La UCAB es reconocida por su excelencia y su calidad académica. Lo que tenemos como reto es cómo ser una universidad acorde a las necesidades del siglo XXI, cómo ser una alternativa atractiva para nuestra juventud y cómo contribuimos como universidad a la solución de los grandes problemas del país. Por eso nos hemos planteado el proyecto UCAB 20-20.

–¿Cuáles son las grandes líneas de ese proyecto?

Una es continuar desarrollando nuestra excelencia académica. Ser excelentes académicamente hoy es muy complejo. Implica la articulación de una oferta académica acreditada y certificada nacional e internacionalmente, sustentada en la labor investigativa y soportada por servicios académicos complementarios de altísima calidad. Otra es la transformación tecnológica.
Un tercer reto tiene que ver con la internacionalización de la academia: que el título de un egresado de la UCAB, por ejemplo, sea válido en otras universidades del mundo.

Traer la globalización a la academia. La otra gran arista tiene que ver con el tema del compromiso social. La universidad está al servicio del desarrollo nacional. La primera tarea es seguir fortaleciendo ese compromiso. Pero eso lo queremos convertir en la diferencia que marca estudiar en la UCAB.

–El acento en lo social… 

Un poco nuestro eslogan es: si quieres trabajar en una organización socialmente responsable, empieza por estudiar en una. Si algo no está garantizado en Venezuela es el derecho a la seguridad y el derecho a la vida.

A los jóvenes no les ha quedado más remedio que tratar de buscar una solución en el exterior. El gran reto es formar constructores sociales, constructores de sociedad, constructores de país.

Se trata de convertir eso en la marca distintiva de esta universidad. UCAB 20-20 significa excelencia. Pero también habla de futuro, habla de 2020.

-¿Puede prosperar esa universidad del siglo XXI que describe el socialismo del siglo XXI?

De entrada, la respuesta es no. No porque yo quiera hacer ningún alarde de dogmatismo político en contra del Gobierno. En el país existe un problema eléctrico, un problema de producción alimentaria, un problema social que tiene que ver con todo el tema de la seguridad, un problema del desarrollo de la faja petrolífera del Orinoco. Eso requiere que se convoque al talento nacional. Pero yo no he sentido a las universidades convocadas para asumir esos retos. Al contrario: se ha prescindido de ellas. En segundo lugar: una universidad como ésa de la que hablamos demanda que se respete su autonomía.

El Tribunal Supremo de Justicia, mediante sentencia, ha impedido que se celebren los procesos electorales en varias universidades autónomas nacionales. Un atentado contra el principio de autonomía.

Desde fuera, el Estado intenta regular algo tan crucial como es la elección interna de las autoridades universitarias.

–¿No le da vértigo estar al frente del rectorado de la UCAB en un momento en el que el gran desafío es construir la universidad del futuro?

Por supuesto que hay esa sensación de vértigo, de que el reto es tremendo y difícil, pero yo estoy convencido, y lo digo como sacerdote, como religioso, de que el optimismo es una decisión. Debemos tomar la decisión de pensar este país con entusiasmo. Una persona puede enfrentar sus dificultades si tiene un norte. El pueblo de Israel, en la tradición bíblica, pasó 40 años en el desierto, pero porque tenía una meta clara: la tierra prometida.

Si la tierra prometida no hubiera estado clara, ¡ni de vaina se hubieran calado los 40 años en el desierto! Podemos calarnos nuestros desiertos si tenemos una utopía clara. ¿Qué es el siglo XX venezolano sino la gran ilusión de construir una sociedad moderna, industrializada, democrática? Desde el oscurantismo gomecista unos jóvenes universitarios fueron capaces de pensar que era posible construir una sociedad en libertad, de participación, democrática y empeñaron todos sus esfuerzos en esa dirección. Y lo lograron. Hay que apostar al futuro.