Luis Eduardo Martínez Hidalgo  @rectorunitecve

Regreso a Venezuela después de copresidir la graduación de Millennia Atlantic University (www.maufl.edu), institución educativa acreditada norteamericana de la cual soy Chancellor. Reflexiono en el viaje acerca de la larga conversación que sostuve con venezolanos que recibían sus títulos de pre y posgrado. Tras muchas anécdotas de sus años en una Universidad de los Estados Unidos, todos, pero todos, me señalaron que se quedan trabajando en ese país, que por lo pronto no volverán al nuestro. Argumento una y otra vez pero no logro convencerles que es aquí, entre los suyos, que mucho pueden hacer y crecer. La inseguridad, los sueldos de miseria, la baja calidad de vida, son las motivaciones que más se repiten para el autoexilio de estos jóvenes tan bien formados que bien necesitamos entre nosotros;  “Por ahora”, la Vuelta a la Patria de Pérez Bonalde no es una opción para ellos.

Aterrizo en Barcelona y tras salir del avión, los pasajeros nos encontramos con una escalera mecánica que no sirve –detrás de mí alguien burlonamente dice “para que se vayan acostumbrando”; al ingresar al terminal el aire acondicionado no sirve; una larga fila se hace frente a los funcionarios de inmigración que reciben los pasaportes a velocidad de siete cueros por que el sistema está fallando; cuando por fin logro pasar al área de equipajes se hace necesario esperar largo rato porque las correas no sirven; es lenta luego la cola frente a la guardia nacional que revisan los equipajes en una sola máquina de rayos X por que la otra no sirve. Casi tres horas después de arribar –el vuelo duro menos que eso- cuando abandono el terminal y voy a tomar un taxi, me doy cuenta que no tengo dinero para pagarlo e infructuosamente intento sacar dinero de tres cajeros ninguno de los cuales sirve.

El taxista resulta ser un paisano, muy conversador, que lo primero que me advierte es que pasaremos calor porque no consigue el condensador del carro para después comentarme que hoy logró salir a trabajar luego de hacer una cola desde la cuatro de la mañana hasta las doce del día, en Duncan, para comprar una batería. Se queja de todo y de todos –del gobierno y de la oposición-; me dice que su mujer vive de mal humor por lo tanto que le cuesta conseguir lo necesario para la comida –o  es el aceite, o la harina pan, el azúcar, o el café afirma-, “en estos días ni siquiera casabe conseguíamos”;  que cada vez que sus hijos salen a la calle tiene el corazón en la boca por el temor que un malandro se los arrebate; que trabaja doce horas rompiendo su carro entre calles llenas de huecos y policías que lo martillan para que lo que gana cada día le alcance para menos. Me pregunta esperando que yo tenga respuesta: “¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Hasta cuándo  aguantaremos esto?” para finalmente con pasión oriental afirmar: “en cualquier otra parte ya se hubiese armado un verguero”.

Cuando me acerco al sector donde vivo en Lechería noto que no hay luz y al bajar la maleta los vecinos que están afuera tomando fresco me saludan con cariño para después advertirme que tenían horas sin electricidad. En la madrugada mientras me baño con una perolita, ya que seguimos sin electricidad y sin esta no llega agua, recuerdo cuando lo hacía así en mi residencia de estudiantes en la Avenida Rivas de Maturín y empiezo más que entender a justificar porque nuestros muchachos que tienen la suerte de estudiar afuera no quieren regresar y son miles los que quieren marcharse.

Venezuela fue siempre una nación que recibió con los brazos abiertos a los inmigrantes que venían de tierras lejanas con la esperanza de construir vidas y sueños en esta tierra generosa;  turcos –libaneses, sirios-, españoles, portugueses, italianos, llegaron con no más lo puesto y en poco se asentaban y comenzaban a prosperar.  A ningún nacional, ni joven ni viejo, le pasaba por la mente emigrar, abandonar el país, a la familia, a los amigos, a nuestros paisajes y recuerdos. Hoy se cuentan ya por centenares de miles los venezolanos que se han asentado afuera, buen número de ellos incluso ilegalmente, en busca de lo que no creen conseguir ni lograr localmente. En Colombia, los Estados Unidos, Costa Rica, República Dominicana, se multiplican las “Westonzuelas” y en la Unión Europea es común encontrar compatriotas; incluso en destinos tan lejanos como Saudi Arabia, Dubái, Guinea Ecuatorial y hasta en Australia se han instalado venezolanos muchos de ellos profesionales de vasta experiencia y probada capacidad.

Son muchos los problemas que afectan hoy a nuestra población pero si bien algunos pudieran pensar que no es relevante, e incluso unos pocos afirmar que como en la Cuba de los sesenta hay interesados en que los inconformes se larguen, la partida de la Patria o el no regreso  de tantos, es una situación muy grave que más temprano que tarde debe ser atendida y resuelta de la única manera posible: que  todos sin excepción –los que quieren irse y los que no- puedan disfrutar de las mejores oportunidad y  la calidad de existencia que marca a una nación civilizada.