Por Carlos Líra.
Siempre llegaba a las islas con su equipo de trabajo a estudiar, con el mayor respeto, a los cangrejos. Los buscaba y sólo de ser necesario, los capturaba, los estudiaba, clasificaba, preservaba, etiquetaba y embalaba para llevarlos al laboratorio, y muy eventualmente, los comía. Sólo en este último caso, los cangrejos cobraban venganza y entonces lo intoxicaban, lo hinchaban y lo llenaban de comezón, pero núnca llegaban a asfixiarlo, pues ellos también lo respetaban.
Juan no era un sabio normal, no estaba encerrado en su mundo de academia, donde pocos podían entrar, al contrario en la tarde cuando cesaba la faena de estudio, algo cambia en su interior, su personalidad se transformaba, entonces era un pescador mas, y ayudaba a levar las nasas y a limpiar la pesca, bromeaba como un «hijo de la vecina» y no desdeñaba un trago de lavagallo, que empinaba sin resoplar.
Los cangrejos no rehuían su presencia, se dejaban atrapar sin importarles si simplemente les iba a dar un vistazo o los iba a introducir en su bolso de muestreo, y cuando llegaba a la orilla, los pescadores le preguntaban por los nombres científicos de los distintos animales que había atrapado, y aunque siempre les respondía con aire docto y misterioso con nombres irrepetibles, luego sonreía y decía – o sea una «caracha patona» o un «morito» o un «capuco» o un «burgao», según correspondiera, y se iba a hacer sus anotaciones.
Las noches siempre eran otra cosa, no importaba cuán largo y ajetreado hubiese sido el día, las noches eran para el dominó o la parrilla a la luz de la luna o simplemente la conversa entre tragos y el cigarrillo que jamás lo abandonaba.
Algunos pescadores decían que lo habían visto bucear y fumar bajo el agua…y quizás hasta era verdad.
Casi siempre cuando tomaba café apoyaba un pie sobre una roca, un tronco o cualquier objeto, y se quedaba ensimismado viendo al horizonte como queriendo descifrar algún misterio sólo conocido por él.
Hoy muy de madrugada llegó sólo a la playa y los pescadores se extrañaron por la falta de su inseparable equipo, tampoco escucharon llegar el bote.
Juan bromeó con todos, pidió su tacita de café y se fué a ver el amanecer a la orilla de la playa. Cangrejos, camarones, langostas y crustáceos de los más variados y vistosos colores comenzaron amontonarse alrededor de Juan hasta taparlo por completo. Cuando los pescadores intentaron socorrerlo, la marejada de cangrejos comenzó a alejarse poco a poco hasta que sólo quedaron guijarros y la brisa limpió la arena.
Foto: Régulo López, Juan Bolaños y Jorge Barrios en Cubagua.
Cortesía de la Revista Academia Hoy N°11