Luis Eduardo Martínez @luisemartinezh
Creo en el diálogo porque soy un hombre de paz y quiero que la sumatoria de crisis que afecta a todos los venezolanos se resuelva en paz.
Creo en el diálogo si este es sincero y conduce a soluciones a los muchos problemas que por culpa de un mal gobierno padece Venezuela.
Creo en el diálogo si este se fundamenta en el reconocimiento de la voluntad del pueblo a decidir su suerte y con ello el modelo de sociedad en la cual crezcan nuestros hijos.
Creo en el diálogo si se realiza en el respeto a la Constitución y en principios fundamentales de la democracia como el preservar a todo evento los derechos humanos.
En el actual estado de cosas para que el diálogo sea útil y no se convierta en otra oportunidad perdida, como ya lo fue años atrás, es indispensable que en las primeras de cambio se destrabe el proceso revocatorio y se publique un cronograma detallado con fechas de cada etapa incluido el acto de votación y se reconozca la vigencia plena de la Ley de Amnistía aprobada por la Asamblea Nacional y vetada por el propio presidente de la República.
Para que dialogar tenga sentido es necesario que se reconozca que millones pasan hambre y miles arriesgan vidas por falta de medicamentos, que la delincuencia desbordada multiplica asesinatos y robos, que el salario de los trabajadores nada vale, que los jóvenes no ven futuro posible.
El diálogo no será inútil si conduce cuanto antes a la apertura de un canal humanitario y a la liberación total de las importaciones para que por varias vías comiencen a ingresar alimentos y medicamentos indispensables para abatir el desabastecimiento, cesando el hostigamiento y otorgando facilidades al sector privado para que importe, produzca y distribuya lo que tanto requieren los venezolanos.
El dialogo será útil si se abren las puertas de las cárceles y decenas de presos por pensar distinto –Leopoldo López y Antonio Ledezma a la cabeza- son liberados, si centenares de perseguidos dejan de serlo, si los desterrados pueden volver a casa sin temor –en Monagas José Gregorio Briceño y Carlos Veccio son emblemáticos-, si finaliza el hostigamiento incluso judicial contra la disidencia.
El diálogo que se propone –si llegase a realizarse- por los precedentes y por la suspicacia que generan los mediadores, debe ser transparente y a la vista del común. Es muy importante que a nadie le quede la duda de arreglos por debajo de la mesa.
Se requiere asimismo plazos y propósitos claramente establecidos con anticipación. Oficialistas y opositores tienen que mirar a la calle, a las colas donde millones se humillan día a día, a los hospitales donde los pacientes se mueren de mengua, a los barrios donde el malandraje es el que manda, a los ojos de los trabajadores cuyo salario no alcanza o mejor a los de los niños que pasan hambre, para que entiendan que no pueden indefinidamente dialogar porque afuera está un pueblo a las puertas de la desesperación que más temprano que tarde pudiera cansarse de un torneo de habladurías que a nada conduzca.
Entonces sí, y solo sí, el diálogo será útil.