Luis Eduardo Martínez Hidalgo @luisemartinezh
Conocí al Gato Briceño cuando militaba en Acción Democrática.
Yo era Secretario de Organización del partido en Maturín y él líder juvenil en Cedeño donde destacaba por su combatividad e irreverencia.
La intolerancia de la AD de aquellos tiempos, que no aceptaba disidencias, fue seguramente el factor determinante que le llevó a marcharse, manteniéndose muy activo en su natal Caicara donde fundó la organización regional que tiempo después lo catapultó a la cabeza del Municipio.
Al asumir la gobernación, él era Alcalde. A diferencia de quien me precedió, que ejercía el quehacer político sobre la base del odio y la soberbia, desde el primer día respeté y reconocí al Gato como la legítima autoridad del pueblo de Cedeño. Recuerdo que, en la procura de que todo saliese bien en mi toma de posesión, revisando la lista de los invitados me percaté que José Gregorio no se encontraba entre los que recibirían tarjeta y cuándo pregunté a los responsables de la razón de ese a mi juicio error, me respondieron, palabras más, palabras menos, “es orden de arriba” a lo que señalé imperioso: “bueno, como ahora arriba soy yo, me lo meten en la lista y cuidado no le llega la invitación”.
Iniciándome como gobernador lo recibí en el despacho. Entró y al abrazarnos confesó que durante años no había sido bienvenido allí. Hablamos mucho y entre lo que planteó destacó la necesidad de que le apoyara en la constitución de Aguas de Cedeño. A los que hasta hacía poco habían estado “arriba” no les gustó ese encuentro e incluso me lo reclamaron pero yo estaba convencido que un gobernante debía ser incluyente.
En la campaña por mi re-elección, el Gato me adversó con toda la fuerza de su estilo y si bien en nada me agradó lo acepté como parte del juego democrático.
Una década más tarde, trabajando yo en el sector privado coincidimos, por casualidad, en la oficina de un amigo común en Caracas. Nos saludamos sin rencor y le desee el mayor de los éxitos. Era entonces gobernador en ejercicio y queriendo lo mejor para la entidad no podía menos que aspirar a que su gestión fuese buena.
Hace poco nos reencontramos.
En el mirador del volcán Poás conversamos largamente. Lo hicimos de Venezuela y de Monagas. De nuestras familias y nuestros sueños. De lo fútil de antiguos enfrentamientos y de la necesidad de promover la unidad como única garantía de cambio.
Supe de sus vicisitudes que sentí como propias porque yo también me vi obligado a vivir en el destierro y como el mismo Gato afirma a veces pensamos que es peor que una cárcel.
Conocí de sus angustias por lo que en nuestro país sucede y de su firme voluntad de ayudar para que el mañana sea diferente.
Al despedirnos lo hicimos como amigos y con la convicción que es mucho lo que ambos podemos aportar en la reconstrucción de nuestra nación.
Este 25, José Gregorio cumplió años lejos de su tierra y de tantos que le quieren. Cuando le llamé para felicitarle le pronostiqué: “es este el último cumpleaños que pasas fuera. El que viene lo celebraremos juntos en Monagas”
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