El pasado viernes regresé de viaje del extranjero. Subí a Caracas en taxi y cuando pregunté al conductor cuanto debía me dijo sin alternativas: “son 30 dólares”. A la mañana siguiente camino a Bello Monte para incorporarme a la marcha convocada por Guaidó me detuve a desayunar algo y todos los que cancelaron antes de mi lo hicieron en dólares y hasta vuelto le daban cuando era el caso. Finalizada la actividad en Chacao partí por carretera a Maturín y horas después, pasando por Cúpira vi los consabidos carteles en los puestos ambulantes” “Se aceptan $”. En Uchire me detuve a poner gasolina y al percatarme que no tenía efectivo en bolívares le dije al bombero que si le podía dar un dólar y con una sonrisa de oreja a oreja casi me lo arrebató de las manos. A su lado, un simpático adolescente insistió en venderme camarones –recién sacados de la laguna, según él- y ante mi argumentación que no cargaba soberanos señaló enfático: “tranquilo Jefe, que aquí casi todo el mundo paga en dólares y aunque usted no crea también acepto Bitcoin”. Bromeando le ofrecí Petros a lo que me respondió que: “con ese animal no quiero nada”, entendiendo yo que se referirá a la criptomoneda criolla.

El domingo, enterado de la resurrección, perdón reaparición de José Vicente Rangel, entrevistando a Maduro, me dispuse a verlo y casi me caigo del sofá cuando le oí afirmar: “Gracias a Dios que existe la dolarización”. Por ese mismo Dios que invocó el entrevistado juro que creí que había oído mal y retrocedí el programa y en efecto, increíble, la frase exacta era “Gracias a Dios que existe la dolarización”. Pensé entonces en Chávez que dondequiera que esté debe haberse revuelto.

Hace 20 años, con Michael Connolly como tutor, PhD de University of Chicago, profesor en Harvard y Columbia, presenté mi tesis de MBA en University of Miami que traducida libremente se tituló: ¿“Es conveniente la dolarización para Venezuela?” concluí, sin duda alguna, que sí lo era y mucho.

Argumenté que la dolarización abatiría la inflación, desparecería el riesgo de devaluación, derrumbaría la prima de riesgo para el pago sobre préstamos extranjeros, haría más barato el financiamiento con tasas de interés menores tanto para el gobierno como para los particulares, disminuiría el coste de la deuda pública liberando recursos estatales para otros usos más productivos, promovería el crecimiento económico del país, en un entorno de mayor estabilidad en los movimientos internacionales de capital. A largo plazo, la dolarización limitaría la exposición a crisis monetarias y de balanza de pago, reduciría la fuga de capitales y reforzaría la estabilidad del sistema financiero, creando mejores condiciones para la inversión nacional y extranjera. Una ventaja adicional es que facilitaría la integración económica con buena parte del mundo, gracias a los menores costes de transacción y la estabilidad de los precios.

Señalé sí que gobernando Chávez y entusiasmado este con el “Socialismo del Siglo XXI” era impensable que Venezuela se dolarizase. Ni en mis más remotas especulaciones llegué a pensar que el hijo predilecto del ahora comandante eterno afirmaría frente a miles de televidentes: “Gracias a Dios que existe la dolarización”.

Ecuador y Panamá son dos ejemplos cercanos de dolarización exitosa, Zimbabue, de las más desordenadas circulando a la par el dólar americano con euros, yuanes, yenes y rublos en una desesperada manera de combatir la inflación que cayó estrepitosamente hasta 186 %, alta todavía pero muy lejana de la millonaria por ciento de la hiperinflación nuestra.

Yo no sé si será con este o con un nuevo gobierno pero todo indica que el dólar americano llegó para quedarse y aunque sea de facto ya reemplaza al maltrecho Simón Antonio; “Bienvenido entonces Mr. Washington”

Redacción Luis Eduardo Martínez Hidalgo. Rector de la Universidad Tecnológica del Centro – Venezuela. Chancellor de Millennia Atlantic University, USA. Ingeniero Agrónomo UDO, MBA y Master en Ciencias de Gerencia Profesional, Universidad de Miami.
Publicado: 18/11/2019 en El Luchador.