Nunca me gustó mi segundo nombre. No es nada extraño, a muchos les pasa. El tiempo nos hace entender los porqués en su justa dimensión.  Más de una vez, intenté revelarme. Me hubiera gustado otro nombre, pero ese era el nombre de la mamá de mi papá, mi abuela, “una santa mujer” que no tuve la dicha de conocer.

Fui la primera y quizás la única “María Obdulia I” en el reinado de carnaval de mi liceo, ¿qué tal?  En mis años universitarios en la UCV fui sólo “María” y en mi ejercicio profesional “Mary”.  Es fácil identificar a mis amigos de cada etapa.  

Mi nombre se lo debo a mi papá.  Él al igual que los padres de muchos de ustedes,  llegó a Venezuela como emigrante.  Eduardo, nacido en Bogotá, Colombia, llegó a Caracas a sus 26 años con el título universitario de pedagogo en Matemáticas y Física, y una beca para estudiar Geología en la Universidad Central de Venezuela. Perteneció a la tercera promoción de Geólogos UCV, sus compañeros lo apodaban “placita”. Nunca cambió de nacionalidad.  Amaba a Venezuela profundamente, la conocía muy bien.

Muy pocas veces visitó su tierra natal.  En un segundo viaje a Colombia con “las niñas”, así nos llamaba aún después de adultas, el tío Aníbal nos llevó a Viracachá, donde los Plazas Morales vivieron su infancia.  La casona familiar se encontraba frente a la plaza.  Fue un reencuentro con la familia que, aunque mi papá siempre mencionaba, ahora para nosotras las venezolanas, comenzaban a tener rostros, voces e historias.  Recorrimos el pueblo, sus calles empedradas, conocimos al tío Benedicto, almorzamos al aire libre en la hacienda del primo Isidro, y fuimos a cementerio del pueblo a la tumba de los abuelos.

Caminamos entre lápidas verticales de piedra clara hasta llegar a la tumba de los abuelos. Mi papá y su hermano evocaban sus recuerdos.  Mi mamá comenzó a llorar.

A pesar del tiempo y la intemperie se leían claramente los nombres de los abuelos “Wenceslao” y “Obdulia”.  Pero el llanto no era por los abuelos, a los que tampoco ella conoció.

Mi mamá lloraba porque allí estaban tallados los nombres de sus hijos Wenceslao y Obdulia.

Desde entonces, llamarme Obdulia es un privilegio que atesoro. Hoy en Bogotá he podido indagar más sobre mi abuela, una gran mujer. Mi papá tenía razón “una santa mujer.  GRACIAS PAPÁ. Dios te bendiga, descansa en paz. Tu velita estará encendida en mi hasta siempre. Ya no me molesta llamarme Obdulia.

Feliz Día a todos los padres en su día.

(*) Comunicadora Social UCV. Colombo-venezolana.

Imagen: Eduardo Plazas Morales, mi papá. (Archivo).